El viernes pasado
el auditorio del Museo Guggenheim fue testigo
de una de las citas que mas interés
ha concitado este año en Bilbao. El
festival vanguardista Musica ex Machina, MEM,
traía a Bilbao a Damo Suzuki, el que
fuera vocalista de Can, una de las bandas
más excitantes e influyentes de los
70 e impulsora del movimiento krautrock. Cuatro
de sus discos más fundamentales tienen
la voz de este japones, que sustituyó
en la banda al norteamericano Malcolm Mooney
en 1971. Su talento vocal único, su
presencia escénica y su larga experiencia
en la composición instantánea
se han ido concretando a lo largo del tiempo
en el proyecto Damo Suzuki´s Network
un gira sin fin en la que el músico
se ha ido citando en sesiones únicas
con un buen numero de músicos a lo
largo de más de treinta países.
No
es la primera vez que este improvisador incansable
visitaba Euskal Herria. El año pasado
pasó por otra de las citas más
vanguardistas de la agenda cultural de nuestro
país, el ERTZ, con base en Bera. En
aquella ocasión lo hizo junto a la
banda ZU y el músico Xabier Iriondo.
En Bilbao Damo Suzuki se hizo acompañar
por la efímera banda, Haiku Kaiku.
Una alineación de lujo para este encuentro
puntual compuesta por: Rober! (Atom Rhumba)
y Marky Lopez (Grimorio, Doo Rag, Electric
Garden) a las guitarras junto a los baterías
Xabel Vegas (Manta Ray, Xabel Vegas &
Las uvas de la ira) y Galder Izagirre (Dut,
Kuraia). Junto a ellos, dos Negu Gorriak;
Mikel Abrego (Anari, Inoren Ero Ni) también
a la batería, y Kaki Arkarazo, que
desde la mesa de sonido fue el responsable
que hizo que la sesión sonara perfecta.
Cada concierto de este artista singular
es un evento único por concepto, pero
además esta fue una noche especial.
Los que llenaron el auditorio del Guggenheim,
fueron testigos de una sesión bien
planteada, en la que el grupo disfrutó
con mayúsculas, dibujando escenarios
donde descansaran o se retorcieran atormentadas
las improvisaciones de Suzuki. Detrás
de el, un grupo inspirado que era capaz de
convertirse en una maquina de descargas rítmicas
de rock implacable y cuando el momento lo
requería, girar el timón hacia
paisajes sonoros llenos de inquietud y sobrecogimiento
donde respirar y volver a caer irremediablemente
en la tormenta. Un planteamiento singular,
tres baterías y dos guitarras con un
Damo Suzuki pletórico y con un Rober!
que hizo las veces de director de una orquesta
de maquinaria bien engrasada, que supo llevar
a muy buen puerto el sentido del experimento.
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